Los cristales se cuarteaban como piel de leproso, y las persianas tecleaban en las vértebras de los marcos, como si formaran parte de un esqueleto rumbero. Se abrazó al tronco áspero y fresco, y recorrió con los ojos los nuevos racimos que brotaban tiernos como un acento de violín. Apretando el puño, sobre un montón de granos, se dejó caer por el tronco hasta dar de rodillas entre las raíces sinuosas desencajadas del suelo. Y el puño, sosegado por la muerte, desde la mano semiabierta, había dejado caer sobre el pecho los granos secos y amoratados del palmiche. La tos desembridada, sopló sangre desde el fuelle carcomido de los pulmones y echó dos buches que salpicaron la blusa de Cirila. Asustada, dio un salto hacia atrás y comenzó a recular, con los ojos puestos en la cara de cera y en la sangre que le resbalaba sobre la camisa. El cuerpo convulso cayó sobre la acera, y pronto los ojos de agonía conclusa quedaron clavados en el cielo de la mañana. El autor de Los cinco nudos nos presenta su segunda novela que pone en primer plano los horrores y las tragedias del mundo actual. Palmiche plantea pregunta que parecen no tener respuesta alguna, e incita emociones que amenazan con derrumbar la misma estructura de nuestra sociedad.